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17 de junio de 2021

Entre la náusea y el desprecio

 

Entre la náusea y el desprecio

(Artículo de opinión sobre Nicaragua publicado en el diario La Prensa el 15/06/2021

 

“Ayer se fue / Tomó sus cosas y se puso a navegar / Y a su barco le llamó Libertad.”  (José Luis Perales).

Se fue. No toleró el estado de cosas que le provocaron la náusea, y si alguna vez tuvo la intención de contrastarse de nuevo en la calle, se defraudó de los políticos por oportunistas. Vienen cargos públicos a repartirse en el 2022, y negocios que administrar sufragados igualmente por el erario. Dinero en fin de cuentas, mucho dinero. 

Los de las cúpulas políticas podrán llamar a las calles, pero no lo hacen porque saben que no tienen carisma, y porque los grandes del capital no los apoyarían para no exponerse. Éstos seguirán llamando al voto por interpósita persona, para legitimar los resultados electorales y regresar así al modo anterior de hacer negocios. 

Esa es la percepción generalizada entre los comunes mortales, puesto que los grandes empresarios guardan un conveniente silencio, agazapados, operando desde las sombras con su mentalidad cortoplacista –la del dinero–, temiendo las represalias del régimen. Si me equivoco pido disculpas. 

Igual prefieren la disgregación social, no la convergencia de voluntades populares por ser peligrosas para sus intereses. Optan por seguir el juego de la dictadura, sin importar que alguno que otro opositor auténtico sea sacrificado. La estabilidad para hacer negocios es lo que cuenta, aunque esa sea una falacia. 

“¿Qué hacer cuando las soluciones colectivas fracasan?”, decía un húngaro en Managua, quien salió de Budapest después de la invasión soviética a su país en 1956, la que aplastó con los tanques las ansias de libertad de los auto convocados. Algo así como lo de aquí en el 2018, pero no elaboro sobre la frase citada, podría ser acusado de incitar al odio cuando lo que propongo es el desprecio, que no es penado ni moral ni legalmente. 

Jeff Bezos, el de Amazon, ya anunció que va al espacio este 20 de julio en una cápsula impulsada por un cohete de su empresa, Blue Origin. Es una cápsula de seis asientos con ventanas, como en un avión de línea comercial. Irá con su hermano y otras cuatro personas que deberán ser sorteadas, algo así como los zancudos de aquí que quieren seguir viajando en el mismo avión de siempre. 

Otros, batracios que provienen del mismo pantano, sin vergüenza alguna siguen dando saltos de sapos cuando se les ordena. Pero bien, algunos seguiremos pensando en ilusiones cuando los sapos se hayan alimentado de todos los zancudos, y mueran después por inanición. Mientras tanto estaremos en la misma ciénaga debajo de la Línea de Karman, la de la gravedad cero, cien kilómetros arriba de la superficie del océano. Allá irá Jeff Bezos el multibillonario visionario, y desde allá mirará a los sapos devorar a los zancudos. 




Por diversión aquí me refiero al Imperio Persa Aqueménide. Leí alguna vez que los del consejo imperial se embriagaban (con vino o cerveza) mientras tomaban decisiones. El escribano, sobrio por supuesto bajo pena de muerte, anotaba los acuerdos en su tablilla. Al día siguiente, o en un día posterior a la resaca, el consejo se volvía a reunir para deliberar sobre los acuerdos anteriores. Y a la inversa, primero sobrios y después ebrios. No estoy cierto de cómo se quitaban la resaca.  

Tanto la cerveza como el vino son inventos muy antiguos. Los egipcios y los sumerios dejaron por escrito que fueron inventos revelados por los dioses. No tengo motivos para dudarlo; y ciertos monjes belgas, milenios después, elaboran la mejor cerveza según los conocedores y algunos analistas actuales de lo obvio. 

¿Recuerdan la historia del imperio más grande y poderoso de entonces que no logró conquistar Grecia? La península, porque los persas (hoy Irán) ya se habían tragado toda el Asia Menor, pero no pudieron destruir la libertad de aquellos tiempos. 

Los griegos regresaron después a su canibalismo político ritual, y Esparta se comió a Atenas, hasta que un bárbaro del norte –de la misma península– entendió como aprovecharse de las divisiones sin haberlas provocado, no como aquí. Alejandro el Grande se le llama ahora, y se comió a todos los griegos y a muchos otros más. Murió de indigestión y sobredosis de poder. 

Así es estar en este país, entre la náusea y el desprecio, en espera de una sobredosis que se lleve a los viejitos dictadores al inframundo, o empujarlos hacia allá, esperando solo el silbato de salida para regresar en el barco llamado “Libertad”.