De quesos y quesadillas
(Publicado
en el diario La Prensa de Nicaragua el 5/08/2021 en respuesta a artículo personalizado en mi contra
publicado en ese mismo diario.)
“El que no quiere vivir sino entre justos, que
viva en el desierto.” (Séneca).
Hubo un tiempo en que quise interpretar
el episteme del mundo. Inicialmente me fui por las influencias del catolicismo,
que se refiere a la vida después de la muerte, lo que me resultó insuficiente. Después
leí a Kafka, Camus y Sartre y ninguno de sus personajes terminó en el suicidio,
solo en la certeza que proviene de lo absurdo y del sin sentido de la vida.
Por eso escribí un artículo que se llama José
Santos Zelaya, a quien me referí ocasionalmente,
y alguien saltó, lo que está bien. Hay personas que saben leer y otras no, y no
me refiero a repetir palabras sino que a leer en el contexto y entre líneas.
Como dije en el escrito, Zelaya fue el
progenitor de mi padrino, una muy buena persona, y usé a José Santos
básicamente como excusa para referirme a la pareja del régimen, a quienes solo
les falta decir que provienen de un dios y una mortal y que representan un
mensaje que no proviene de maestro alguno, sino que de ellos mismos.
Esa pareja está atacando a la Iglesia Católica
porque no tolera oposición alguna, menos aun cuando proviene de
sacerdotes destacados libres de pecados capitales. A estos los apoyan los
feligreses que se acercan a los púlpitos en cada barrio a escuchar el mensaje del
credo depurado después de siglos de pugnas entre obispos y concilios
doctrinales.
La Reforma Protestante en Europa –que inició
en el siglo XVI– terminó con la veneración a las imágenes en los templos por
considerarla idolatría. Lo mismo hicieron los judíos milenios atrás y los
musulmanes después. No hay imágenes en los templos evangélicos, judíos o
musulmanes en el mundo. La salvedad es el símbolo del Cristo crucificado en los
templos evangélicos, pero nada más que eso.
Como anécdota menciono las guerras iconoclastas de los siglos VIII y IX en el Impero Romano de Oriente (Constantinopla). Hubo los partidarios de la adoración de imágenes y los contrarios. Dos interpretaciones distintas de una misma religión cristiana que los llevó a conflictos civiles de nunca acabar.
¿Y en la Roma colapsada del Imperio Romano de
Occidente, por qué los católicos no se atrevieron a hacer lo mismo? Simple. El
papado era ya la autoridad central de la preservación del orden y la
civilización latina, y no iban a arriesgar su posición dominante por una cosita
tan tonta como las costumbres paganas de elevar plegarias a unas estatuas,
costumbres que después de todo venían de milenios atrás, desde los sumerios,
egipcios, asirios, babilonios, persas, cananeos, griegos, etruscos, romanos y
tantos más.
Lo que el papado decidió fue genial. En vez de
atacar la adoración de imágenes propugnó su veneración como la representación
de un crucificado, una virgen, ángeles y santos, destruyendo los templos anteriores
o consagrándolos, derribando las estatuas de las deidades romanas para sustituirlas
con las propias. Igual hicieron en la América
Latina después de Colón.
Basta decir que han existido dioses y diosas
desde siempre, y basta la referencia a la India actual y al hinduismo –quizás la
religión más antigua– y la tercera más difundida después del cristianismo y el
islam. Allá también se veneran estatuas.
Zelaya fue un personaje de la historia de
Nicaragua que merece lo que sea. Me da igual. Aquí nos seguimos matando por
tonterías. Zelaya fue solo un exponente positivista de los movimientos
progresistas radicales y anticlericales que bajaron desde México, provenientes
de la Revolución Francesa y de la independencia de los Estados Unidos (EE.UU.).
Francisco Morazán, el hondureño, fue un
antecesor de esos movimientos, que cuando se requería pretendían imponerse por
las armas a los conservadores y viceversa. Fue fusilado en San José en 1842 cuando
desde el exilio pretendió apoderarse de Costa Rica para tomar el resto de la
región. Algo así como William Walker, el fusilado en Trujillo en 1860.
Justo Rufino Barrios de Guatemala murió en
1885 en El Salvador combatiendo por la reunificación centroamericana, lo que ya
era misión imposible. Zelaya quiso hacer lo mismo dos décadas después, pero fue
víctima de su propia ambición de poder como tantos otros, como la pareja del
régimen actual.
Zelaya reincorporó la Mosquitia, la mitad del territorio actual de Nicaragua, pero pecó por su continuismo y por el canal que quiso construir a espaldas de los EE.UU., quienes lo sacaron del país. Así llegaron al poder los conservadores entreguistas.