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21 de marzo de 2020

Los diablos


Los diablos

(Artículo sobre Nicaragua antes del coronavirus)

“Dejad toda esperanza vosotros que entráis”. (Dante Alighieri, inscripción en la puerta del infierno). 

Los diablos habitamos en el infierno. No debemos preocuparnos por la condena adicional de la señora dueña de las deidades del falso templo. Salimos a joder por nuestra voluntad, porque somos rebeldes frente a la tiranía. Lo hacemos para diseminar la protección a los derechos de las personas, la vida, la libre expresión, la protesta, la libertad de movilización, la no detención arbitraria, la libre elección de quienes deben administrar el país (no gobernarnos); derechos todos consignados en la gran ramera del régimen, la Constitución Política.




Los diablos no existimos para regresar a nuestra procedencia, no por un buen rato. Somos diablos a tiempo completo, para eso hemos sido educados y formados, para rebelarnos a la opresión de la pareja de paranoicos esquizofrénicos. Sus descendientes son ángeles según la pareja, los que deberán sostener el reino para la eternidad después de su partida. Así se profesa entre los ignaros, ésos que intuyen que la pareja caerá, pero que no tienen más alternativa que seguir la corriente de los falsos profetas so pena del destierro, perder el cargo, el dinero, y los privilegios.

Cuando estén frente a la puerta que dice “dejad toda esperanza vosotros que entráis”, quizás llegarán a entender que hay ofensas que no se perdonan y mucho menos se olvidan; y llorarán atravesando la puerta. Serán las últimas lágrimas derramadas sobre la descendencia de los inocentes, la de los nietos que dejarán atrás.

Para entonces será tarde. Aun así el virus no va a entrar al reino según la sacerdotisa invocadora de sus deidades. Si entra y se disemina el régimen se seguirá yendo al carajo (expresión de Hugo Chávez, el Comandante Eterno). No habrá ingresos por turismo ni demanda de nuestras exportaciones. Por eso la majadera marcha de expiación de los ignaros del régimen y la estúpida recepción a los turistas de los cruceros, exponiendo a niños y adolescentes a la contaminación pero no a los de ellos. ¡La conservación del poder bien vale otros cuantos muertos! No los suyos.

Que se contaminen los padres, hijos y nietos de los que deben favores a la pareja y que callen. Gracias Daniel, gracias Rosario por esta contaminación siempre bendecida. Se acepta con humildad, y aunque nos costará enterrar a los propios en sus nombres, lo haremos con alegría al son de la marimba.

Dante Alighieri fue un genio, no como la mediocre de aquí, pero los ignaros tienen que marchar a su orden. Y en la puerta del infierno los que irán pasando seguirán leyendo la inscripción del genio, “dejad toda esperanza vosotros que entráis”.

10 de marzo de 2020

Ernesto Cardenal


Ernesto Cardenal


(Poeta nicaragüense, articulo publicado en el diario La Prensa de Nicaragua el 12/03/2020)


“Me gustan las personas que dejan huella, no las que dejan cicatrices”. (Dalai Lama).

Estuve en la Catedral de Managua en la misa de cuerpo presente de Ernesto Cardenal, la del agravio. Fui porque lo conocí personalmente y siempre lo respeté. Lo conocí en Solentiname en mi adolescencia por vía de un sobrino suyo, compañero de colegio. Propuso un viaje a las islas y por supuesto fuimos, más por sentido de aventura que por otros motivos, al menos en mi caso. Tenía sin embargo una buena idea de quién era Ernesto Cardenal, y que en Solentiname había una comunidad donde profesaban la Teología de la Liberación. Igual teníamos inquietudes sociales como cualquier adolescente formado en valores, en este caso en el Colegio Centro América, y a mucha honra.


Sobre la Obra de Ernesto Cardenal

Nos embarcamos en Granada al atardecer. Fue en un vetusto mastodonte flotante jamás visto en mi vida que cruzaba el Cocibolca por la noche, para llegar a San Carlos al amanecer a un mundo para mí desconocido. Después en panga a Solentiname, y fue así que entré a un mundo mágico que resultó ser real. Muy real.

Participamos en las actividades de la comunidad y allá se encontraba en ese entonces Róger Pérez de la Rocha. Después la misa, y en las noches las lecturas de los salmos y otros textos. No se duerman muchachos –nos decía Ernesto– cuando veía que se nos cerraban los ojos por el sueño. Dormíamos en el suelo en esos sacos para dormir que habíamos llevado, los mismos que usamos para dormir en el piso del vetusto mastodonte flotante.

En una de esas fuimos de excursión al punto más alto de la Isla Mancarrón. Debimos pasar entre zarzales poblados por los mosquitos más grandes de he visto en mi vida. Se nos pegaban detrás de las orejas, y como íbamos en fila, el de atrás se ocupaba de espantar los mosquitos del que iba adelante. El que venía de último se las arreglaba como podía.

Durante años seguí encontrando a Ernesto y siempre lo saludé, cruzando alguna que otra frase. Siempre amable y afectuoso. Conocía ya muchas de sus obras desde tiempo atrás, y por supuesto de su estatura universal y revolucionaria.


Ernesto Cardenal en la Isla Mancarrón

Al salir de la misa de cuerpo presente de Ernesto, uno de esos enviados por la pareja de hipócritas y obtusos del falso templo, atacó a una joven mujer que llevaba un cartel. Otro joven se interpuso valientemente para protegerla. El energúmeno arremetió y el joven se quedó frente a él mirándolo a los ojos, pero no respondió, no cayó en la trampa o surgía el caos. El energúmeno se retiró y quedó como el cobarde que es, lo mismo que su pareja de mandantes. Ese joven es un héroe. Estuve ahí.