La Compañía de Jesús
(Publicado previamente en el diario La Prensa de Nicaragua el 6/10/2020)
“Para encontrarse a uno mismo primero se debe
estar perdido”.
De los
jesuitas vengo, así como mi padre y mis hermanos. Mi nombre de bautismo es
Humberto Ignacio de Loyola. La estatua de Ignacio de Loyola, el fundador de la Compañía
de Jesús, estaba en el Colegio Centroamérica en Granada (CCA) y está en la UCA
Managua, donde igualmente estudié.
Mi padre
me matriculó en el CCA (solo varones entonces) después de La Salle de Managua,
cuando los jesuitas abrieron sucursal de primaria en la capital. En la sucursal
cursé el quinto y el sexto grado. Para el primer año fui al internado en
Granada donde se encontraban mis hermanos mayores. El mayor, Alejandro José, fue
alejado de este mundo y de su familia a finales de junio, 2020, como consecuencia
de la pandemia.
A mis
hermanos mayores los respetaban en el CCA por aquello de ser buenos al pugilato.
Desafortunadamente heredé esa fama, y tuve que demostrarla alguna que otra vez
dentro y fuera del colegio, sin que yo fuera el provocador. Me fue bien sin
embargo, y mantuve la fama. (Como anécdota, Noel Rivas Terán, quien falleció
años antes que Alejandro José, lo llamaba
anti establishment por su rebeldía legendaria).
En el
internado en Granada aprendimos disciplina en un contexto de estudios, religión
y deportes, algo así como una educación griega clásica. Salíamos los fines de
semana para ir a nuestras casas y regresar los domingos al cine de la noche.
Era en Managua donde socializaba con las jovencitas en fiestas y en sus casas. No
había comprendido aún el porqué del CCA ni el de la Compañía de Jesús, pero una
vez al año se nos permitía hacer disparates de adolescentes en el día del Rey
Feo.
Fui
feliz en el internado al inicio de mi adolescencia, y los jesuitas no se habían
convertido al cambio social con aquello de los curas obreros y la teología de
la liberación. Granada fue la época de la continuidad del franquismo en España,
y del somocismo en Nicaragua. Pero mi hermano Alejandro José comenzó a
contrastar a Somoza con la UNO de entonces, la de Fernando Agüero, desde que tenía
17 años. Los años del tercero al quinto (1966-1969) los cursé en Managua porque
el CCA había dejado Granada por la capital, el centro del poder en el país.
Los
jesuitas han sido históricamente expulsados de Europa y de América Latina,
incluyendo Nicaragua, por revoltosos sociales y políticos, hasta que se
apaciguaban. No es casualidad que la orden haya sido fundada en el Siglo XVI –por
un militar vasco– como vanguardia frente al protestantismo (y los abusos del poder). Y
por ahí andábamos en los años del bachillerato en Managua, pero se calmaron de
nuevo después del fracaso de la revolución sandinista. Hoy tienen Papa después
de Juan Pablo II, el enérgico y carismático polaco anticomunista; y de Ratzinger,
el simplón teórico y aislado alemán, que renunció por no tener base de sustento.
Los jesuitas están ahora depurados de su experimento con la teología de la liberación, de la que alguna vez fui influido sin haber leído texto alguno al respecto. Cambiaron ruta cuando el general Arrupe y su estado mayor emigraron de Pablo de Tarso (judío-fariseo-converso), Agustín de Hipona (libertino-converso-griego) y Tomasito Aquino (cristiano-griego), a Carlitos Marx (judío-alemán), para incidir en la sociedad y cambiarla a través de nosotros los reclutas.

Para el suscrito, José Antonio Sanjinés (q.e.p.d.) fue una referencia consecuente. De hecho, varios de los compañeros del colegio se fueron a cambiar la sociedad desde abajo uniéndose al FSLN, del que ya no queda nada. Ellos, los que salieron del EPS, pueden incidir en cambiar la sociedad desde arriba hacia algo mejor. Quizás se atrevan, o sus vidas y la de los muertos por la causa revolucionaria habrán sido inútiles.
Estamos a tiempo, mañana será muy tarde. Seríamos esclavos de una pareja de desquiciados, y no queremos eso.