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10 de enero de 2021

El Opus Dei


 

El Opus Dei

(Previamente publicado el 8/01/2021 en el diario de Nicaragua La Prensa)


 Nada de esto fue un error” (Ernesto Sorokin - Coti).

 

Vengo de la educación jesuita, como ya dicho, orden a la que pertenece papa Francisco, quien asumió la responsabilidad de depurar el Vaticano, a lo que Benedicto XIV renunció después de Juan Pablo II. A éste lo conocí personalmente, pero no hay espacio aquí para describir las circunstancias en que lo encontré tiempo después del atentado de 1981 en Plaza San Pedro. Yo estaba entonces en Roma y la religión no era de mi interés, pero sí la diplomacia vaticana. Basta decir que en dos oportunidades le estreché la mano identificándome como nicaragüense. “Oro por la paz en Nicaragua” dijo en ambas ocasiones. 

Juan Pablo tenía un gran carisma y se apoyó en su misión en el Opus Dei, que elevó a prelatura personal en 1982. Es decir, que así como la orden de los jesuitas tiene el voto de obediencia al papado, el Opus Dei es una asociación de sacerdotes y laicos que se relaciona de manera preferente con el Papa, por medio de un Prelado, en conformidad con el Derecho Canónico.

La Compañía de Jesús fue fundada por un militar vasco en 1534 y el Opus Dei por un civil aragonés en 1928. Los jesuitas por tanto son sinónimo de la contra (reforma) de los protestantes, el Opus Dei no. En pocas palabras, los jesuitas han pretendido cambiar la sociedad mientras que el Opus cambiar a las personas –en la vida diaria –, por la santidad del trabajo y los valores cristianos derivados de los Evangelios, y las cartas de Pablo de Tarso. 

Fue por Juan Pablo II que me acerqué al Opus Dei por un tiempo por interés genuino. La sede estaba a corta distancia de donde yo viví en mi segunda etapa diplomática en Roma, en los años 90. Para ese entonces admiraba a Juan Pablo, que sin estar de acuerdo con su conservatismo social y político, era un líder internacional honesto.




No me equivoqué esta vez. La tríada Juan Pablo II, Ronald Reagan y Margaret Thatcher terminaron con la ilusión del comunismo como sociedad perfecta. No se requirió la tercera guerra mundial, sino la de las ideas por la libertad frente a la opresión rusa. El comunismo colectivista no resultó, así como los jesuitas no resultaron en la Nicaragua de los años 80. El Opus Dei, por otro lado, se centra en la santificación de la persona sin hacer distinción alguna, se crea o no.

Igual me interesó la popularidad de Juan Pablo II en su Polonia natal (católica) y su cercanía al movimiento sindical libertario de Lech Walesa, quien llegó a ser electo presidente de Polonia después de la caída del muro de Berlín y del colapso del partido marxista-leninista polaco. A Walesa le presenté mis cartas credenciales en 1991 como embajador de Nicaragua, concurrente desde Viena.

En 1983 Juan Pablo II había sido llevado a Nicaragua a una emboscada de los entonces comandantes de la revolución. Regresó a Managua en 1996 para el desagravio por invitación de Violeta Barrios. La gente llegó en esa ocasión por millares a verlo y escucharlo sin manipulaciones como la de 1983. Hoy los comandantes esos, vivos o no, son recordados como lo que son, nada, y por ley yo podría ser considerado traidor a la patria por obra y gracia de los falsos profetas y sus acólitos.

No le deseo males bíblicos a la pareja, sus descendientes y demás, que quede claro. Ellos ya están discapacitados por sobredosis de poder y del dinero. Están en su propio infierno y acuden desesperadamente al cínico de Bye-Ardo, para reinyectarle el virus de la codicia a los cortoplacistas del capital y reconducirlos al corral.

Acercarse al Opus Dei no les vendría mal. Tendrían una última oportunidad para salir de su propio infierno y salvar lo que les queda del alma.

 

7 de octubre de 2020

La Compañía de Jesús


La Compañía de Jesús

(Publicado previamente en el diario La Prensa de Nicaragua el 6/10/2020)


 “Para encontrarse a uno mismo primero se debe estar perdido”.

 

De los jesuitas vengo, así como mi padre y mis hermanos. Mi nombre de bautismo es Humberto Ignacio de Loyola. La estatua de Ignacio de Loyola, el fundador de la Compañía de Jesús, estaba en el Colegio Centroamérica en Granada (CCA) y está en la UCA Managua, donde igualmente estudié.

Mi padre me matriculó en el CCA (solo varones entonces) después de La Salle de Managua, cuando los jesuitas abrieron sucursal de primaria en la capital. En la sucursal cursé el quinto y el sexto grado. Para el primer año fui al internado en Granada donde se encontraban mis hermanos mayores. El mayor, Alejandro José, fue alejado de este mundo y de su familia a finales de junio, 2020, como consecuencia de la pandemia.

A mis hermanos mayores los respetaban en el CCA por aquello de ser buenos al pugilato. Desafortunadamente heredé esa fama, y tuve que demostrarla alguna que otra vez dentro y fuera del colegio, sin que yo fuera el provocador. Me fue bien sin embargo, y mantuve la fama. (Como anécdota, Noel Rivas Terán, quien falleció años antes que Alejandro José, lo llamaba anti establishment por su rebeldía legendaria).

En el internado en Granada aprendimos disciplina en un contexto de estudios, religión y deportes, algo así como una educación griega clásica. Salíamos los fines de semana para ir a nuestras casas y regresar los domingos al cine de la noche. Era en Managua donde socializaba con las jovencitas en fiestas y en sus casas. No había comprendido aún el porqué del CCA ni el de la Compañía de Jesús, pero una vez al año se nos permitía hacer disparates de adolescentes en el día del Rey Feo.

Fui feliz en el internado al inicio de mi adolescencia, y los jesuitas no se habían convertido al cambio social con aquello de los curas obreros y la teología de la liberación. Granada fue la época de la continuidad del franquismo en España, y del somocismo en Nicaragua. Pero mi hermano Alejandro José comenzó a contrastar a Somoza con la UNO de entonces, la de Fernando Agüero, desde que tenía 17 años. Los años del tercero al quinto (1966-1969) los cursé en Managua porque el CCA había dejado Granada por la capital, el centro del poder en el país.

Los jesuitas han sido históricamente expulsados de Europa y de América Latina, incluyendo Nicaragua, por revoltosos sociales y políticos, hasta que se apaciguaban. No es casualidad que la orden haya sido fundada en el Siglo XVI –por un militar vasco– como vanguardia frente al protestantismo (y los abusos del poder). Y por ahí andábamos en los años del bachillerato en Managua, pero se calmaron de nuevo después del fracaso de la revolución sandinista. Hoy tienen Papa después de Juan Pablo II, el enérgico y carismático polaco anticomunista; y de Ratzinger, el simplón teórico y aislado alemán, que renunció por no tener base de sustento.

Los jesuitas están ahora depurados de su experimento con la teología de la liberación, de la que alguna vez fui influido sin haber leído texto alguno al respecto. Cambiaron ruta cuando el general Arrupe y su estado mayor emigraron de Pablo de Tarso (judío-fariseo-converso), Agustín de Hipona (libertino-converso-griego) y Tomasito Aquino (cristiano-griego), a Carlitos Marx (judío-alemán), para incidir en la sociedad y cambiarla a través de nosotros los reclutas.


Ignacio de Loyola

Para el suscrito, José Antonio Sanjinés (q.e.p.d.) fue una referencia consecuente. De hecho, varios de los compañeros del colegio se fueron a cambiar la sociedad desde abajo uniéndose al FSLN, del que ya no queda nada. Ellos, los que salieron del EPS, pueden incidir en cambiar la sociedad desde arriba hacia algo mejor. Quizás se atrevan, o sus vidas y la de los muertos por la causa revolucionaria habrán sido inútiles.

Estamos a tiempo, mañana será muy tarde. Seríamos esclavos de una pareja de desquiciados, y no queremos eso.