Ernesto Cardenal
(Poeta nicaragüense, articulo publicado en el diario La Prensa de Nicaragua el 12/03/2020)
“Me gustan las personas que dejan huella, no
las que dejan cicatrices”. (Dalai Lama).
Estuve en la Catedral de Managua en la misa
de cuerpo presente de Ernesto Cardenal, la del agravio. Fui porque lo conocí
personalmente y siempre lo respeté. Lo conocí en Solentiname en mi adolescencia
por vía de un sobrino suyo, compañero de colegio. Propuso un viaje a las islas
y por supuesto fuimos, más por sentido de aventura que por otros motivos, al
menos en mi caso. Tenía sin embargo una buena idea de quién era Ernesto Cardenal, y que en Solentiname había una comunidad donde profesaban la Teología de la Liberación. Igual teníamos inquietudes sociales como cualquier
adolescente formado en valores, en este caso en el Colegio Centro América, y a
mucha honra.
Sobre la Obra de Ernesto Cardenal
Nos embarcamos en Granada al atardecer. Fue en
un vetusto mastodonte flotante jamás visto en mi vida que cruzaba el Cocibolca por
la noche, para llegar a San Carlos al amanecer a un mundo para mí desconocido. Después en panga a Solentiname, y fue así que entré a un mundo mágico que resultó ser
real. Muy real.
Participamos en las actividades de la
comunidad y allá se encontraba en ese entonces Róger Pérez de la Rocha. Después
la misa, y en las noches las lecturas de los salmos y otros textos. No se
duerman muchachos –nos decía Ernesto– cuando veía que se nos cerraban los ojos
por el sueño. Dormíamos en el suelo en esos sacos para dormir que habíamos
llevado, los mismos que usamos para dormir en el piso del vetusto mastodonte
flotante.
En una de esas fuimos de excursión al punto
más alto de la Isla Mancarrón. Debimos pasar entre zarzales poblados por los
mosquitos más grandes de he visto en mi vida. Se nos pegaban detrás de las
orejas, y como íbamos en fila, el de atrás se ocupaba de espantar los mosquitos
del que iba adelante. El que venía de último se las arreglaba como podía.
Durante años seguí encontrando a Ernesto y
siempre lo saludé, cruzando alguna que otra frase. Siempre amable y afectuoso. Conocía
ya muchas de sus obras desde tiempo atrás, y por supuesto de su estatura
universal y revolucionaria.
Ernesto Cardenal en la Isla Mancarrón
Al salir de la misa de cuerpo presente de
Ernesto, uno de esos enviados por la pareja de hipócritas y obtusos del falso templo, atacó a una joven mujer que llevaba un cartel. Otro joven se interpuso
valientemente para protegerla. El energúmeno arremetió y el joven se quedó
frente a él mirándolo a los ojos, pero no respondió, no cayó en la trampa o
surgía el caos. El energúmeno se retiró y quedó como el cobarde que es, lo
mismo que su pareja de mandantes. Ese joven es un héroe. Estuve ahí.