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10 de marzo de 2020

Ernesto Cardenal


Ernesto Cardenal


(Poeta nicaragüense, articulo publicado en el diario La Prensa de Nicaragua el 12/03/2020)


“Me gustan las personas que dejan huella, no las que dejan cicatrices”. (Dalai Lama).

Estuve en la Catedral de Managua en la misa de cuerpo presente de Ernesto Cardenal, la del agravio. Fui porque lo conocí personalmente y siempre lo respeté. Lo conocí en Solentiname en mi adolescencia por vía de un sobrino suyo, compañero de colegio. Propuso un viaje a las islas y por supuesto fuimos, más por sentido de aventura que por otros motivos, al menos en mi caso. Tenía sin embargo una buena idea de quién era Ernesto Cardenal, y que en Solentiname había una comunidad donde profesaban la Teología de la Liberación. Igual teníamos inquietudes sociales como cualquier adolescente formado en valores, en este caso en el Colegio Centro América, y a mucha honra.


Sobre la Obra de Ernesto Cardenal

Nos embarcamos en Granada al atardecer. Fue en un vetusto mastodonte flotante jamás visto en mi vida que cruzaba el Cocibolca por la noche, para llegar a San Carlos al amanecer a un mundo para mí desconocido. Después en panga a Solentiname, y fue así que entré a un mundo mágico que resultó ser real. Muy real.

Participamos en las actividades de la comunidad y allá se encontraba en ese entonces Róger Pérez de la Rocha. Después la misa, y en las noches las lecturas de los salmos y otros textos. No se duerman muchachos –nos decía Ernesto– cuando veía que se nos cerraban los ojos por el sueño. Dormíamos en el suelo en esos sacos para dormir que habíamos llevado, los mismos que usamos para dormir en el piso del vetusto mastodonte flotante.

En una de esas fuimos de excursión al punto más alto de la Isla Mancarrón. Debimos pasar entre zarzales poblados por los mosquitos más grandes de he visto en mi vida. Se nos pegaban detrás de las orejas, y como íbamos en fila, el de atrás se ocupaba de espantar los mosquitos del que iba adelante. El que venía de último se las arreglaba como podía.

Durante años seguí encontrando a Ernesto y siempre lo saludé, cruzando alguna que otra frase. Siempre amable y afectuoso. Conocía ya muchas de sus obras desde tiempo atrás, y por supuesto de su estatura universal y revolucionaria.


Ernesto Cardenal en la Isla Mancarrón

Al salir de la misa de cuerpo presente de Ernesto, uno de esos enviados por la pareja de hipócritas y obtusos del falso templo, atacó a una joven mujer que llevaba un cartel. Otro joven se interpuso valientemente para protegerla. El energúmeno arremetió y el joven se quedó frente a él mirándolo a los ojos, pero no respondió, no cayó en la trampa o surgía el caos. El energúmeno se retiró y quedó como el cobarde que es, lo mismo que su pareja de mandantes. Ese joven es un héroe. Estuve ahí. 

21 de noviembre de 2019

¿Quién es el Pueblo?


¿Quién es el Pueblo?


(Artículo sobre Nicaragua publicado en el 24/11/2019 en el diario La Prensa)


Alejandro Carrión Montoya, mi padre, falleció de cáncer en 1993 antes de llegar a los 70 años de edad. En su juventud fue secretario del Partido Conservador de Nicaragua, el que se contrastaba con la dictadura de Somoza García, y que ya no existe como tal.

Fue educado por los Jesuitas en Granada donde hizo amistades que le duraron toda la vida. Viajó después al sur de los Estados Unidos a estudiar derecho, facultad a la que se accede después de una carrera previa de cuatro años.  

Los suyos fueron siete años consecutivos de estudios y de vida en Luisiana en la época de la segregación racial. Luisiana era y es el único Estado en los Estados Unidos que tiene un sistema jurídico con similitudes con el de Nicaragua. Fue agredido en una calle en Nueva Orleáns con Alejandro Argüello, su gran amigo y compañero de estudios, por hablar en español. No prejuzgó, más bien fue un aliciente, y llegó a ser Co-Director de la Revista de Derecho de la Universidad de Luisiana. El primer latino.

Ya dejada la política activa, el 22 de enero de 1967 siendo yo menor de edad, se escucharon en el barrio los disparos desde la Roosevelt. Mi padre dijo “están masacrando al pueblo” y salió a la calle con un .38 para ir a defenderlo. Mi madre y yo nos colgamos de él para que no fuese. No entendí quién era el pueblo, o si valía la pena morir por ese concepto, pero comprendí que se trataba de salir de una dictadura dinástica, y que mi padre no hacía distinciones de origen social.

Años después dos de mis hermanos decidieron oponerse por las armas a la dictadura de los Somoza y mi padre los apoyó. Yo estaba en el exterior estudiando, en Luisiana casualmente, si no, quizás habría muerto aquí porque también soy contestatario, por aquello de tener genes celtas por parte de madre.

Desafortunadamente hemos caído en lo mismo desde la épica revolución sandinista contra la dictadura de los Somoza. Se sustituyó una familia por otra, y he seguido sin comprender quién es el pueblo. Pensé un tiempo que era la población de un territorio que conforma una nación, porque así lo dicen los estudiosos. Después se me ocurrió que eran los oprimidos por un sistema de producción económica según un tal Marx, que históricamente no pegó una. Luego pensé que serían los electores que votan libremente sin fraude para escoger a sus autoridades en una sociedad libre.

Pero el pueblo, según los progenitores y los descendientes pequeño burgueses de la familia paranoica en el poder, son sus policías, paramilitares, anti motines, francotiradores, fuerzas de choque, juventudes nazi, políticos oportunistas, militares vendidos, magistrados corruptos, diputados y sindicalistas sin escrúpulos, e infiltrados y espías a la cubana. ¿Es ése el pueblo?