Una
misión imposible
(Publicado originalmente en el diario digital
de Nicaragua La Prensa)
“Quizás un día pueda decir que
he llegado a la meta que he encontrado un fin.
Mientras tanto suelo vagar, anhelando, pensando, si he de llegar”. (Mayo
2003).
La cita anterior proviene de
una de las tantas canciones propias, como en otras ocasiones, después que decidí aprender a tocar la
guitarra acústica décadas atrás. Por tanto, cuando en cualquiera de estos escritos
no identifique al autor de una cita inicial, será una propia. Nada tienen que
ver con la poesía, pero igual son personales y por tanto me identifican.
El dos de noviembre, día de los
difuntos, recordé a mis antepasados con gratitud. Fui de visita donde están mi
padre, mi madre y mi hermano mayor. Ese mismo día les pedí disculpas por
cualquier comisión u omisión de hecho o de palabra que pudo haberlos ofendido (en
vida por supuesto). Igual pido nuevamente disculpas a aquellos a quienes ofendí
cuando era miembro único del “partido de los bebedores de cerveza”. Fui militante
disciplinado de ese partido, pero soy un tránsfuga porque me pasé al “partido
de los fumadores de opio”, el de los soñadores, para descender a las
profundidades del ser.
A diferencia de los tránsfugas
políticos que han ido de partido en partido buscando mejores beneficios, cuyos
nombres conocemos y que son seres abominables, el suscrito puede ser tránsfuga
de sí mismo, de tal manera que estoy pensando en fundar y pasarme al “partido
de los amantes de los discos de vinilo”. Sobre esto elaboraré en otra ocasión, si
tengo la oportunidad.
Pero no hay perdón para quien
no lo merece. No merecen perdón, en lugar alguno del planeta, los que continúan
con sus desmanes para mantenerse en el poder contra la voluntad popular, ni
merecen perdón sus siervos, independientemente de quienes sean ni en qué
institución vasalla se encuentren. No podrán ir a un mundo mejor en el más allá,
galaxia lejana, espacio sideral o lugar imaginario que algunos llaman el
paraíso, independientemente de quién tenga las llaves para abrir o cerrar sus
puertas. Si el infierno existe, para allá irán.
Ahora
vayamos al Corán, a la Sura 2, líneas 186, 187 y 189 que dicen: “Combatid en el camino de Alá a quienes
os combaten, pero no seáis los agresores. Alá no ama a los agresores. Matadlos donde
los encontréis, expulsadlos de donde os expulsaron. Matadlos hasta que la
persecución no exista y esté en su lugar la religión de Alá. Si ellos cesan en
su actitud, no más hostilidad si no es contra los injustos.” (Los injustos son
quienes contravienen las normas del Corán, devenidas en la sharía, el sistema
legal islámico).
Quizás esta Sura se refiere a la
guerra santa por aquello de la legítima defensa, porque Mahoma fue perseguido
por los clanes de comerciantes politeístas de la Meca, y lo obligaron a huir a
Medina (450 kilómetros al norte) en el año 622 d.C., por profesar el monoteísmo
y de interferir con sus intereses económicos. Mahoma posteriormente conquistó
la Meca, y después de su muerte sus sucesores se lanzaron a la conquista de
toda Arabia y más allá, por el botín, como era la costumbre en aquellos tiempos,
y para convertir al islam a los conquistados que no fueran ni judíos ni
cristianos, porque Mahoma los consideró hijos del libro, es decir de Abraham,
igual que los musulmanes. Las normas sobre la distribución del botín se detallan
en el Corán.
Entiendo que hay una contradicción
entre los textos citados del Corán y la realidad histórica sobre la conquista
de territorios, hasta donde se pudiese avanzar (sin intención de ofender a los
musulmanes). La dinastía Omeya (sunitas) dirigió el primer califato islámico desde
Damasco (651-750), después de asesinatos y guerras civiles entre los que pretendían
ser los más cercanos a Mahoma (suegros y yernos, porque Mahoma solo dejó mujeres
como descendencia. Los varones fallecieron en la infancia).
El clan de los Abasidas, provenientes
originariamente de Palestina y partidarios de Alí (chiitas), yerno de Mahoma por
haberse casado con su hija favorita Fátima, se vengó después de que Alí fuera asesinado
por los Omeya. Los Abasidas conquistaron Damasco en el 750 y eliminaron a la
dinastía Omeya menos a uno, que logró huir a la península ibérica y fundó lo
que llegó a ser el califato independiente de Córdoba. Los Abasidas trasladaron
la sede del califato islámico de Damasco a Bagdad, que devino en uno de los
centros de la civilización mundial, por aquello que hicieron una síntesis de la
cultura bizantina (helénica) y de la persa, hasta que fue arrasada por los
mongoles a mediados del siglo XIII. El Califato Abasida ha sido uno de los
imperios más extensos y prósperos en la historia de la humanidad.
Hoy los chiitas, cuya mayoría se
encuentra en la actual Irán (e Iraq), son enemigos mortales de los judíos por
considerar al Estado de Israel una cuña de los Estados Unidos y del Reino Unido
en el Cercano Oriente. Lo mismo sucede con los musulmanes sunitas fanatizados
como Hamás, de la Franja de Gaza, armados y financiados por Irán, así como Irán
arma y financia a los chiitas de Hezbolá en el sur del Líbano y en el suroeste
de Siria, y por tanto en las fronteras norte y noreste de Israel. El objetivo
declarado del gobierno de Irán es el de exterminar al Estado de Israel y a los
judíos, igual que Hamás y Hezbolá.
Los extremistas judíos por su parte se
valen de la ocupación militar de Israel en Cisjordania (que pertenece autónomamente
a los palestinos según los acuerdos de Oslo de 1993), para avanzar incluso con
violencia en la colonización de ese territorio, por considerarlo parte de la
tierra prometida. Tienen el apoyo del gobierno de Netanyahu y la protección del
ejército. En resumen, el odio entre los palestinos y los judíos viene in
crescendo en vez de lo contrario, por lo que la solución de dos Estados en
el mismo territorio parece misión imposible.